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HISTORIA DE LA LINGUISTICA

 

Antecedentes históricos.

 

Aunque suele situarse el origen de la lingüística en la Grecia clásica, que abordaremos enseguida, es habitual afirmar que los primeros textos gramáticos pertenecen a una protolingüística hindú que tiene su punto de origen en los Ocho libros de Panînî (s. V a.C.) sobre el sánscrito. En estos libros se recogen incluso referencias a trabajos previos basados en el estudio de la literatura religiosa del período védico (1200-1000 a.C.).  Los estudios gramaticales hindúes profundizan en la estructura interna de la palabra, con un avanzado conocimiento morfológico.

 

Sin embargo, será la cultura griega la que inaugure la tradición lingüística occidental. Suele considerarse que el momento del nacimiento de la reflexión lingüística se produce en el seno de la filosofía presocrática.. Heráclito, dicen los testimonios, defendió el origen divino del lenguaje frente a Demócrito, para quien “el lenguaje  es de origen puramente convencional, debido a la necesidad comunicativa de los hombres”. Con ellos nace una polémica que cruza toda la lingüística occidental. Platón y Aristóteles son considerados como los máximos impulsores de esta polémica en a la concepción naturalista y la concepción convencionalista del lenguaje.  Paralela a esta polémica, circulará también la discusión entre la relación analógica o anómala entre el lenguaje y la naturaleza. Estas polémicas marcan el futuro de la lingüística occidental en tanto señalan los dos caminos que ésta seguirá en su evolución: la especulación teórica por un lado, y la aplicación práctica y normativa por otro.

 

Los estudios gramáticos griegos son los que establecen las categorías gramaticales y la clasificación de las palabras tal y como las conocemos hoy en día. Las aproximaciones gramaticales de la época post alejandrina y helenística en las escuelas estoica y neoplatónica establecen un fuerte lazo de unión entre la lingüística griega y la latina y sientas las bases de toda la lingüística occidental hasta la Edad Moderna.

 

Roma, como en tantas otras cosas, adapta el sistema griego a sus estudios gramaticales. La gramática, casi completamente perdida, de Varrón es un excelente resumen de los logros acumulados ya en siglo I a.C.,  pero la culminación de la tradición grecolatina serán los trabajos de Donato y Prisciano.

 

Todas estas gramáticas, que serán fielmente imitadas a lo largo de toda la Edad Media, constan de Marcos Marín, 1994:

  1. una introducción especulativa que aborda las polémicas antes señaladas.

  2. una gramática, que incluye: Prosodia, Etimología, Analogía y Sintaxis. La parte llamada Analogía correspondería a nuestra Morfología y en ella se reconocen ya todas las partes de la oración: nombre, verbo, participio, pronombre, adverbio, preposición, interjección y conjunción, además de los accidentes gramaticales.

  3. Un apéndice de Retórica .

           

 

La Edad Media.

           

Durante toda la Edad Media, la lingüística de orientación más descriptiva y normativa se dedicará básicamente seguir el modelo marcado por las gramáticas latinas. La Gramática – con mayúscula – se considera una forma de arte, de la forma que la etimología, por ejemplo, adquirió una enorme importancia, como demuestra la monumental obra de Isidoro de Sevilla. En el ámbito de la aplicación, por otra parte, se produce un importante trabajo de planificación lingüística en los diferentes reinos medievales (Alfonso X El sabio, por ejemplo) que culminará a la larga con la consolidación de las diferentes lenguas romances.

 

A la vez, sin embargo, se desarrolla una interesante tarea lingüística de tipo especulativo-teórico gracias a los modistae, que aúnan la descripción gramatical con la filosofía neo-aristotélica. La teoría modista considera que cada parte de la oración se caracteriza por representar una parte de la realidad de un modo determinado. A partir de esta premisa, abordan cuestiones de enorme interés en el ámbito de la sintaxis, la morfología o la semántica, como la función metalingüística del lenguaje, el concepto de “significado”, o los binomios intensión-extensión y connotación-denotación.

 

Considerando, además, que para los modistae  todas las lenguas tienen una e idéntica esencia, dan el primer paso hacia las teorías universalistas que tanta importancia tendrán en el futuro.

 

 

El Renacimiento (siglos XVI y XVII).

                     

En el ámbito de la aplicación, el Renacimiento supone una verdadera revolución de los estudios gramaticales, no tanto por un cambio de modelo – que no se dio, ya que se seguirá imitando el modelo de las gramáticas grecolatinas, aunque con innovaciones como las aportadas por Scaligero (1540) como por la aparición de las primeras gramáticas de las lenguas romances.

 

La gramática del castellano de Antonio de Nebrija (1492) es la primera de esta nueva corriente, a la que pronto se sumarán Trissino y su gramática del italiano (1529), de Oliveira con la del portugués (1532) y Meigret con la del francés (1550). Estas gramáticas suelen mostrar una evidente intención normativa y de fijación de la lengua, así como un espíritu claramente didáctico, vinculado a la política de expansión del reino. En esa voluntad de fijación normativa, cabe destacar la enorme importancia que dio Nebrija a la ortografía.

 

Está línea descriptiva y/o normativa tendría su continuación, en lo que al castellano se refiere, a lo largo de estos años, en las obras del conde de Viñaza, la gramática anónima de Lovaina, las gramáticas de Villalón y Jiménez Patón, o la original e imprescindible Arte kastellana de Gonzalo Correas, con su revolucionaria propuesta ortográfica (no tan diferente de la que propuso García Márquez en un reciente congreso de la lengua española).  También debemos mencionar el Diálogo de la Lengua de Juan de Valdés, reflejo de las preocupaciones lingüísticas de tipo práctico de los intelectuales renacentistas, de especial interés por su reflexión sobre la distancia entre lengua oral y lengua escrita. En el ámbito de los diccionarios, en 1611 aparece el curioso Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, verdadera amalgama de conocimientos lexicográficos, folclóricos, enciclopédicos e históricos.

 

En el ámbito de los estudios especulativos, además de mencionar el trabajo poco conocido y peor estudiado de Juan Luis Vives – autor de una verdadera teoría semántica  en De censura veri -, la figura más destacada es sin lugar a dudas Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense, autor de una Minerva (1587) que ejercería enorme influencia en la lingüística racionalista de la época (vid. infra). El punto de partida del Brocense no es la norma, la autoridad, como en Nebrija, sino la razón. Y por eso escribe una gramática del latín, porque busca, desde la razón, la base gramatical última de todas las lenguas. El Brocense esboza el primer intento serio de una sintaxis no descriptiva, sino explicativa. Su sintaxis, que modifica las categorías gramaticales de la tradición grecolatina, es una antecedente muy importante de la gramática de constituyentes, ya que establece dos grandes grupos: nominal y verbal, sujeto y predicado (Marcos Marín, 1994; 70), y se convierte en objetivo último de la gramática, dejando un lugar muy secundario para la semántica. Destaca asimismo su teoría de la elipsis, que, a través de Port Royal (vid. infra) tendrá enorme importancia en las corrientes generativistas del siglo XX.

                       

La corriente más importante de la época, sin embargo, es la lingüística racionalista francesa que culminaría en la Grammaire genérale et raisonnée de Port Royal (1660) y que tendría enorme peso en las teorías chomskianas trescientos años más tarde. La gramática de Arnauld y Lancelot tiene, como la del Brocense, una marcada tendencia universalista, basada en métodos demostrativos y logicistas

 

 

La Lingüística en el siglo XIX.

                       

A la luz de la revolución científica del siglo XX y del éxito de las teorías evolucionistas y positivistas, la lingüística histórico - comparativa, cuya inauguración se sitúa tradicionalmente en la conferencia de sir William Jones de 1786 – en la que se establecía por primera vez una relación de parentesco lingüístico entre varias lenguas indoeuropeas -, será la gran corriente a lo largo de todo el siglo en los estudios sobre el lenguaje. 

Al hablar de lingüística comparada es fácil que los primeros nombres en los que se piense sean Schlegel, Humboldt, Herder, Bopp. No es este el lugar para tratar con detenimiento la ingente cantidad de trabajos y descubrimientos de los comparatistas, pero sí merece la pena recordar al menos algunos de los aspectos que mayor importancia conservan para la lingüística actual.

 

De los estudios históricos – comparatistas proceden las primeras investigaciones de tipo científico sobre fonética (Schleicher,  Leskien, Brugmann) así como la formulación de sus leyes de evolución (fonéticas y fonológicas). También fueron fundamentales para el estudio posterior del sistema lingüístico los trabajos sobre analogía  (sobre todo morfológica, pero también fonética) de autores como Meyer-Lübke o A. Castro.  La clasificación de las lenguas en familias y tipos, las primeras investigaciones sobres universales gramaticales, la clasificación  morfológica de las lenguas (aislantes, aglutinantes, flexivas) proceden de esta tendencia lingüística. Los primeros estudios científicos sobre el significado de la mano de Reissig, Darmetester y, sobre todo, Bréal, asientan las bases de la semántica como parte integral del estudio del lenguaje, si bien lo hacen desde un punto de vista diacrónico, como es de suponer.

 

No podemos dejar el siglo XIX sin mencionar, al menos, algunos trabajos precursores de la nueva lingüística que nacería con el siglo XX. Trabajos como los de William Withney (que formuló ya la teoría de la lengua como conjunto arbitrario de signos), Baudain de Courtenay (que ideó el concepto de fonema como equivalente psíquico del sonido), Meillet (al que se considera creador de la Lingüística general), Vossler (precursor de las perspectivas psicológicas e idealistas,...) así como los arriba mencionados demuestran la intensa actividad en la que se sumergieron los estudiosos del lenguaje del siglo XIX, cuya productividad abrió el camino para la confirmación definitiva de la lingüística como auténtica ciencia.

La ilustración (s. XVIII).

                       

Las ideas lingüísticas del siglo XVIII, encuadradas entre los últimos estertores de la antigua tradición escolástica y la explosión de la lingüística histórico – comparativa del XIX, suelen quedar en cierto modo algo olvidadas en las historias de la lingüística al uso. A lo largo de todo el siglo, como señala Marcos Marín, la reflexión sobre la lengua se verá marcada por la polémica entre empirismo y racionalismo. Abundan las elucubraciones sobre el entendimiento humano, influenciadas sobre todo por la obra de Locke y Leibniz, en las que suele primar la concepción arbitrarista del lenguaje, aunque con considerables diferencias entre el inglés - que considera la experiencia imprescindible en la formación de las ideas en la mente - y el alemán - férreo defensor de las ideas innatas, que llega en algún momento a rozar el naturalismo platónico-. Será el francés Condillac quien lleva esta perspectiva hasta sus últimas consecuencias, rompiendo toda relación entre concepto y referente, entre signo y objeto. Otro francés famoso, en cambio, se situará en el polo opuesto al reivindicar una concepción completamente naturalista del lenguaje: “el primer lenguaje del hombre es el grito de la Naturaleza” (Rousseau).

                       

En la tradición de las gramáticas generales de la época, destacan las obras de Beauzée, Condillac y sobre todo, James Harris, que publicó su Hermes en 1751, obra en la que, a pesar de vacilar inconsistentemente entre racionalismo y empirismo, puede leerse lo que Marcos Marín considera la primera historia de la gramática y puede encontrarse un modelo gramatical y un criterio científico que anticipa con acierto la revolución de la ciencia lingüística que estaba por llegar.

 

 

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